jueves, 29 de febrero de 2024

Historias de la mili. La gilipollez también se paga, y cara

 


Ese chisme que ven en la foto superior es una pistola Star modelo A de calibre 9 mm. Largo o, si los puristas lo prefieren, 9 mm. Bergmann o 9x23 mm., es decir, un cartucho con una bala de 9 mm. de calibre y una vaina de 23 mm. de largo. Así, a bote pronto, muchos la identificarían como una Colt 1911 A1 y, ciertamente, no estarían muy desencaminados tanto en cuanto el diseño de la Star estaba sumamente inspirado en el de la mítica pistola yankee. Básicamente, sus mecanismos y funcionamiento eran similares salvo en un detalle: la española carecía de seguro de empuñadura- un accesorio que a mi entender no sirve de nada- y la yankee sí, quizás porque cuando se diseñó a principios del pasado siglo todo quisque usaba revólver y convenía que el personal se habituara a empuñar correctamente el arma para no soltarle un balazo al cuñado más cercano. La Star era una pistola espléndida, sólida, fabricada íntegramente por mecanizado, no a base de microfusión o polímeros. Era un tocho de 1 kilo de peso que nunca fallaba aunque tuviera mugre a espuertas, y alojaba un cargador con capacidad para 8 cartuchos, suficientes para liquidar a 7 enemigos y dejar la última bala para ti si las cosas se ponían chungas porque, junto a los 7 enemigos difuntos, había 84 más vivitos y coleando dispuestos a convertirte en pinchitos morunos.

Bien, esa era el arma corta reglamentaria en el Ejército del Aire, actualmente también del Espacio (¿o era de la Galaxia?) por obra y gracia del autócrata megalómano y alevoso que nos tiraniza, en la época en que ocurrió esta historia de la mili. De hecho, fue la coprotagonista. Veamos...

INTROITO

A los probos guripas que eran destinados a la Policía de Aviación se les sometía a un breve pero intenso entrenamiento dedicado exclusivamente a cuestiones derivadas con el servicio que iban a prestar. Prácticas de tiro con pistola y subfusil, reducción, cacheo y conducción de presos, algunas nociones de defensa personal incluyendo técnicas para estrangular, degollar y romper cuellos ajenos, y a un manejo más enjundioso de las armas que a los guripas normales que, salvo durante las prácticas de tiro durante el período de instrucción, solo volverían a tocar un CETME para el llamado "martes militar", un día en el que el resto de escuadrillas se paseaban un rato por el patio de armas para no olvidar como marcar el paso o marchar en formación con el fusil al hombro. Obviamente, se llevaba a cabo los martes.

Bueno, pues una de las cosillas que enseñaban en la policía, y en la que los instructores insistían bastante, era que, en caso de encañonar a alguien, sobre todo si se hacía con una pistola, se mantuviera una distancia tal que, en caso de despiste, el enemigo no pudiera agarrar el arma. En el caso de la pistola se debía, no solo porque podría arrebatártela, sino porque podría incluso impedirte disparar por una cuestión mecánica: si empujaba la corredera hacia atrás los escasos milímetros que permitía el arma estando amartillada, desconectaría el disparador, y por mucho que apretases el gatillo no se produciría el disparo. De ese modo, mientras uno apretaba el gatillo como un poseso pero infructuosamente, el enemigo podría patearte bonitamente, derribarte y, una vez reducido, te quitaba la "cacharra" (pistola en argot castrense) y te volaba los sesos con tu propia arma. 

Forma correcta de empuñar el arma a una mano. Por cierto
que el pellizco que te daba el martillo al retroceder la corredera
cuando disparabas era asaz doloroso

El sargento Mostachos, un suboficial bastante chulesco, desagradable y con aspecto de bandido mejicano o esbirro de Pancho Villa, se encargaba de demostrarlo tomando una pistola- sin munición, obviamente- la amartillaba y, a continuación, apretaba el extremo de la corredera con la palma de la mano izquierda. A continuación apretaba el gatillo y, en efecto, no disparaba. Luego, señalaba como voluntario al guripa con jeta de seminarista más birrioso del grupo, le ordenaba encañonarlo y, finalmente, mostraba al personal como, agarrando la muñeca de la mano derecha y propinando un fuerte empujón al arma, el seminarista birrioso no podía disparar para, finalmente, ser derribado haciéndole un barrido para provocarle una costalada clase A-extra superior. En resumen, a todo el personal le quedaba bastante claro que, caso de tener que encañonar a algún malvado, lo más sensato era situarse al menos a un par de metros, y caso de que el malvado intentase avanzar, pues se le soltaba un balazo en plena jeta y a otra cosa, mariposa.

Bien, llegados a este punto, más de uno se preguntará qué carajo tienen que ver la dichosa pistola y la instrucción policial con la gilipollez palmaria que, por desgracia, campa a sus anchas por el planeta desde que Caín apioló al memo de Abel pensando que, como solo había cuatro habitantes en la Tierra, no habría testigos del parricidio. Pues a eso vamos...

HECHOS

Pocas cosas hay más aplatanantes y aburridas que una guardia. Las dos horas de puesto se hacen eternas. Miras el reloj, al cabo de un laaaargo rato vuelves a mirar, y resulta que la jodida manecilla del minutero solo ha avanzado un palito o dos. Cuando por fin llega el relevo, el relevado siempre protesta enérgicamente porque le han "rateado" (en argot, han llegado tarde, endosándole unos minutos extra de puesto), mientras que el cabo de guardia lo manda a callar so pena de mandarlo a fregar las letrinas antes del cambio de guardia. Eso sí, las dos horas de descanso pasan volando, bicheando con mirada lasciva revistas de señoritas frondosas en pelota picada con las hojas mugrientas y especialmente manchadas por la zona del póster central, jugando a las damas o, simplemente, dormitando un rato o zampándote el bocata que mamá te ha preparado con todo su cariño para que no caigas víctima de una hipoglucemia por currar tanto.

Durante la noche, como suele estar oscuro y nadie te ve, pues el personal se entretenía fumando- eso sí, ocultando el clavillo con la mano para que no te vieran a dos kilómetros- o escuchando la radio con un pinganillo. En aquella época, cada guripa tenía su transistor sí o sí. Hoy día, con los esmarfones esos, un regimiento enemigo se colaría en una base mientras el centinela intercambia guasas llenos de pasión con su novia, que le responde con fotos de sus maravillosas y turgente tetas que el guripa le devuelve con otras mostrando su miembro viril morado como una berenjena y tieso como un ariete. Eso daría como resultado un apareamiento o coito virtual que, las cosas como son, harían las dos horas de puesto más... gratificantes.

Pero en aquellos tiempos no había esmarfones y las novias eran muy decentes y no mostraban sus tetas así como así, por lo que el único recurso para combatir el aburrimiento era escuchar programas deportivos en los que solo se hablaba de balompié o, caso de un calentón, sacar del bolsillo alguna foto cochina y recurrir a la autoayuda manual para aliviar los humores viriles que, con 18 o 20 años, son abrumadoramente irritantes. Sin embargo, el centinela de Acceso Base lo tenía crudo. Como pueden ver en la foto de cabecera de mi relato anterior, dicha garita estaba junto al cuerpo de guardia, por lo que no podía fumar ni escuchar la radio, no fuese a aparecer el oficial de guardia a estirar las piernas y te metiera un paquete. Además, en los turnos de día, ese puesto lo cubría una pareja, pero de noche había un solo centinela porque, como no había movimiento de personal, no hacían falta dos guripas para controlar y anotar en el estadillo los que entraban y salían. Resumiendo: el fulano de Acceso Base se aburría como un galápago. Su única ventaja era que jamás le rateaban porque estaba a 15 metros del cuerpo de guardia y el relevo siempre era puntual.

Bien, tras ponernos en contexto, demos paso al otro protagonista de esta historia, el soldado que llamaremos Obtuso. El soldado Obtuso era un ciudadano extremadamente enjuto, de esos que cuando caminan parecía que el uniforme flotaba solo. Piel tan pálida que podría leerse la Biblia a través de su mano y un bigotito que más bien parecía un desfile de hormigas que la densa pelambre subnasal del sargento Mostachos. Obtuso estaba destinado en el tercer turno, que era el que entraba de guardia a las 23:00 horas y era relevado a las 07:00. Dentro del turno, Obtuso estaba destinado precisamente a Acceso Base, por lo que tenía garantizados dos períodos de dos horas cada uno en los que ni siquiera podía sentarse dentro de la garita ante el riesgo de quedarse dormido y ser despertado con el colchón a cuestas camino del caleto (el calabozo), donde pasaría un mes entero mirando al techo y con la fecha de la licencia tres meses más lejos. 

Aparte de eso, Obtuso era de esos malos ciudadanos que detestaban el servicio militar, y si se alistó como voluntario fue para quedarse en Sevilla y no verse enviado a la otra punta de España. Y encima de que odiaba profundamente la mili, van y lo destinan a la Policía, y dentro de la Policía al tercer turno, y dentro del tercer turno, a Acceso Base. Es obvio que el karma del soldado Obtuso se cebó con él, porque hasta los guripas de Torre Cooperación o Garita Sur- que eran como estar en mitad de la nada- lo pasaban mejor con sus transistores y fumando Celtas o Winston de contrabando a porrillo.

Un mal día, no quedó claro si como consecuencia del aburrimiento o con la intención de obtener una baja prematura en el ejército, a Obtuso no se le ocurrió otra cosa que comprobar si aquella historia que contaba el sargento Mostachos acerca de que, si se apretaba la corredera, la pistola no disparaba, era cierta. Pero Obtuso, haciendo honor al mote que le he puesto, no se limitó a amartillarla con la recámara vacía, sino que la cargó. A continuación apoyó la palma de la mano derecha- ojo, era diestro, por lo que era su mano útil- empuñando la pistola con la izquierda. Apretó la corredera, apretó el gatillo y, no se sabe cómo, la advertencia del sargento Mostachos se mostró totalmente invalidada. Un estampido, aumentado por el silencio de la noche, se vio seguido de los alaridos de Obtuso, que con los ojos abiertos como platos contemplaba su mano hecha una auténtica mierda.

Movida gorda. El teniente, el sargento, los dos cabos de guardia y resto del personal salieron en tromba del cuerpo de guardia por si el enemigo había hecho acto de presencia, pero lo único que vieron fue al memo de Obtuso dando berridos y chorreado sangre. Tras unos breves balbuceos con los que Obtuso quiso explicar que las clases del sargento Mostachos eran falsas, llamaron a la ambulancia, le envolvieron la mano con una toalla y se lo llevaron echando leches al hospital militar porque aquello no se solucionaba en la enfermería cuartelera echando un par de puntos. 

Colijo que Obtuso no debió calcular acertadamente las consecuencias de su absurdo experimento. Imagino que pensó que la bala le atravesaría limpiamente la mano y que se tiraría un mes o dos de baja. Luego, siempre podría alegar que no podía moverla bien, que le dolía mucho y blablabla. Uséase, pasar las revisiones en base a síntomas que nadie podría rebatirle y cumplir lo que le quedaba de mili de baja ambulatoria, es decir, quedarse en su casa rascándose los cojones hasta que llegase la fecha para recoger "la blanca" (en argot, la cartilla militar) y licenciarse. Sin embargo, aquella malvada recubierta de latón y con un peso de apenas 125 grains (8'10 gramos) le hizo puré la mano. Aunque, por ser munición blindada, la bala no se deformó al atravesar la mano, sí le hizo un desgarro bestial, llevándose por delante la maraña de tendones, huesecillos y ligamentos que tenemos en las manos hasta el extremo que de que le hizo un orificio de salida en estrella.

Para los que no vean qué relación tienen las estrellas con el agujero que hace una bala, observen la foto de la izquierda. La bala, que sale a unos 350 metros por segundo, arrasa con todo, y más cuando se trata de un disparo a bocajarro. Todas las menudencias óseas y cartilaginosas de la mano son desgarradas, y la piel  se rompe en jirones de la forma que ven en la foto. A ello, sumarle el destrozo en los vasos sanguíneos que, aunque de poca relevancia en una mano, pueden provocar una severa hemorragia. Está de más decir que a Obtuso lo tuvieron un laaargo rato metido en un quirófano, donde un cirujano intentaba recomponer el puzzle en que se había convertido la manita del gilipollas aquel. Una vez recompuesto- más o menos- lo que quedaba medianamente entero porque tuvo pérdida de masa ósea y de tendones que hubo que empalmar, el diagnóstico no pudo ser más demoledor: aquella mano ya era historia. Tras un largo proceso de rehabilitación y dedicando todo el día a apretar una pelotita de goma, a lo más que llegaría, no sin esfuerzo, sería a coger un vaso sin derramar el agua o coger objetos ligeros, pero que si pretendía tocar el piano o, simplemente, escribir, ya se podía ir olvidando. Más aún, le recomendaron que se comprara varios cuadernos de esos de la Editorial Rubio para hacer palotes e ir aprendiendo a usar la mano izquierda, porque empuñar un simple lápiz con la derecha ya no sería posible.

Y, ojo, aún quedaba un hilo suelto que seguro que el soldado Obtuso no tuvo en cuenta. Fueran cuales fuesen sus intenciones- probar la veracidad de las teorías del sargento Mostachos o largarse del cuartel por la vía rápida- la cuestión es que Obtuso había perpetrado un delito severamente castigado por el Código de Justicia Militar: autolesionarse para eludir sus obligaciones. Eso podía saldarse con varios años de huésped en un castillo, y en caso de guerra ser pasado por las armas tras un consejo de guerra sumarísimo de apenas media hora de duración. La cosa estuvo bastante chunga hasta que, finalmente, los mandamases optaron por aceptar pulpo como animal de compañía. Al memo aquel le quedaban tres o cuatro meses de servicio, y para librarse de ellos se arruinó la mano de por vida, así que lo tomaron como una herida accidental y lo mandaron al carajo. Total, en el pecado llevaba la penitencia. Una vez dado de alta, solo tenía que ir al cuartel cada quince días a pasar una revisión en la enfermería para comprobar que, en efecto, la mano seguía hecha una mierda inútil, completamente muerta. Una vez comprobado que Obtuso no podía ni limpiarse el culo con esa mano le firmaban el parte y se largaba a su casa.

Y concluyo: uno de esos días coincidí con él. Yo estaba apostado precisamente junto a la garita de Acceso Base a la caza y captura de soldados desarrapados cuando vi venir a Obtuso, que hasta saludar militarmente le quedaba fatal cuando se llevaba al gorro aquella cosa achuchurría que tenía al final del brazo. Le pregunté por su salud y tal, y por lo visto tenía una depresión de caballo. Me enseñó la mano y se me pusieron los cojones del tamaño de perdigones cuando vi cómo le había quedado el dorso. Mostraba una estrella irregular de seis puntas que abarcaba desde los nudillos hasta la muñeca y desde la base del pulgar hasta el canto. Lo dicho, una mierda de mano. Me hice cargo de que tenía motivos para deprimirse pero, por consolarlo, le dije que peor habría sido perderla enterita o algo peor.

Poniendo jeta de pesadumbre, me replicó que se lo tenía merecido por imbécil, y más jodiéndose la mano derecha porque el trabajo que le esperaba una vez licenciado ya lo había perdido. ¿Qué cuál era? Taquimecanógrafo. 

Obviamente, un ciudadano con una mano muerta puede ejercer muchos oficios, pero la taquimecanografía o tocar el acordeón, como que no. Total, moví la cabeza solidarizándome con su pesadumbre, le estreché la mano ilesa y se largó cabizbajo. No volví a verlo más porque no tomó parte en el evento habitual que se organizaba para las licencias. La sombra de la duda siempre pesó sobre él, de modo que lo llamaron desde el CRM, le entregaron la blanca y un papel que lo eximía de pasar las revistas anuales porque lo declaraban ya inútil para el servicio PER OMNIA SECVLA SECVLORVM.

En fin, criaturas, ya vemos como hasta para escaquearse hay que tomar las debidas precauciones y no pasarse de listo, porque las consecuencias pueden tomar un cariz bastante chungo. Es más: si al coronel de la base se le cruzan los cables, al Obtuso le hubieran metido un paquete de antología, y habría salido años después del castillo con una mancha en la cartilla militar en una época en la que aún se miraba la puñetera cartilla para obtener un trabajo como funcionario, bedel o similares, de modo que contento se pudo ir con solo una mano tullida para siempre.

Sirva de aviso para listillos, enterados y demás morralla que eluden el cumplimiento del deber.

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

Hale, he dicho

POST SCRIPTVM: Sí, la musa sigue en paradero desconocido. Ya volverá un día de estos, supongo...

lunes, 5 de febrero de 2024

Historias de la mili. Abuso sesssuá

 

Acceso a base. A la derecha, el cuerpo de guardia. A continuación, el Estado Mayor

INTROITO

No hay nada nuevo bajo el sol. Nada. Todo lo que vivimos en nuestro día a día ya ha ocurrido antes cienes y cienes de veces aunque algunos se empeñen en vestir de novedoso determinados sucesos como el acoso y los abusos sexuales, que el hembrerío misándrico actual cree que se inventó anteayer solo para agredirlas a ellas. Esta panda de histéricas, enloquecidas por el odio al hombre y con su escasa sesera más lavada que las enaguas de la abuela, afirman rotundamente que los malvados machos de la especie solo vienen al mundo con un fin: acosarlas, maltratarlas y, en resumen, hacerles la vida imposible. De hecho, dan por sentado que los fetos que salen por el útero materno aprovechan cuando las matronas que los cogen amorosamente para meterles mano, que los nenes en las guarderías aprovechan las visitas al baño para hacer tocamientos obscenos y contemplar la rajita de la nenas y que, en nuestra penosa adolescencia con superávit de hormonas y escasez de medios para aliviar los humores viriles como no sea a base de ayuda manual, ya nos hemos convertido en monstruos de lujuria, predadores a la caza de honestas mocitas que vuelven a casa a las 5 de la mañana solas y borrachas para dar rienda suelta a nuestra irrefrenable lascivia.

El recientemente fallecido Henry Kissinger, que algunos le
atribuyen la co-autoría del siniestro plan de ingeniería
social que vivimos hoy

Sin embargo, estas hembristas fanatizadas hasta el tuétano y autoerigidas en sacerdotisas de los mantras más arraigados entre el mujerío odiador de hombres no tienen en cuenta un detalle: el acoso y los abusos sexuales, aparte de ser más antiguos que la tos, no solo se practican en una dirección- hombres hacia mujeres- sino también a la inversa y, por supuesto, de hombres hacia hombres y de mujeres hacia mujeres. Pero, claro, eso no "vende", y además se contradice con sus dogmas, por lo que sucesos de este tipo son debidamente silenciados por los medios de comunicación absolutamente rendidos a la corrección política y a los dictámenes de políticos, políticas y polítiques que solo buscan un fin en forma de ecuación tenebrosa: fomentamos el odio hacia los hombres hasta que los hombres se harten de ser odiados y manden al carajo a las odiadoras. ¿Qué sentido tiene esto? Ya es de todos sabido que el actual mamoneo tiene su origen en un plan desarrollado hace 50 años en yankeelandia como una forma más de reducir la superpoblación mundial, anulando la familia como base de nuestra sociedad para que la tasa de nacimientos descienda a niveles ínfimos. Lo malo es que las lumbreras que diseñaron tan magnífico plan no tuvieron en cuenta que otras culturas, especialmente las que encontramos en África y Asia, se pasan las planificaciones demográficas de los Occidentales por el forro, y mientras ellos siguen engendrando hijos a cascoporro, aquí ya hay más viejos que críos.

Y un ejemplo de acoso sessuá que no tiene nada que ver con el de los lúbricos varones hacia las indefensas féminas es el motivo del relato de hoy. Sí, aunque a alguno le extrañe, en una época en la que los cuarteles solo estaban habitados por hombres, había casos de acoso, abuso e incluso cosas más graves que no trascendían fuera del acuartelamiento porque lo que ocurría en un cuartel se quedaba en el cuartel, y en aquella época no había canales televisivos de telebasura ni redes sociales donde ir a contar tus miserias a cambio de un estipendio con tal de lograr más audiencia ávida de morbo y escándalos en vez de los ilustrativos documentales de la 2. 

Y dicho esto, procedamos con esta historia de la mili...

HECHOS

Por lo general, en todos los cuarteles había una barbería. Ojo, desde siempre, estos establecimientos se denominaban barberías aunque ya nadie se rasurase la jeta en ellos y se dedicaran a trasquilar ciudadanos, pero como el término peluquerías se aplicaba a los que trasteaban en las cabelleras mujeriles, pues imagino que, por diferenciarlos, se mantenía el añejo apelativo de barbería. Sea como fuere, la cosa es que, obviamente, nadie se afeitaba allí, y los guripas solo iba a cortarse el pelo para cumplir el canon: deslizando un lápiz desde el cogote hacia arriba, dicho lápiz no podía durante su recorrido ascendente verse cubierto de pelambre. De lo contrario, falta de policía, parte que te crió y paquete al canto.

En el caso de la Base de Tablada el barbero no era un civil dedicado a ese oficio, sino un guripa seleccionado cuando el ocupante de la plaza estaba ya a punto de licenciarse. Así, cuando una hornada de reclutas estaba ya a punto de jurar bandera, preguntaban si había algún barbero. Raro era que entre trescientos y pico o cuatrocientos fulanos no hubiese alguno aunque solo se hubiera dedicado a trasquilar ovejas, así que daba un paso al frente y era destinado a la Escuadrilla de Tropas y Servicios, donde iban a parar los albañiles, los electricistas, los mecánicos y, en resumen, cualquiera que ya tuviera un oficio remunerado antes de incorporarse a filas para dedicarlos a cuestiones de mantenimiento. 

Así pues, el coprotagonista de esta historia era un sujeto que llamaremos el soldado Tijerillas, cuya cualificación como peluquero era puesta en duda por todo el personal porque sus cortes de pelo era bastante... deficientes, la verdad. Sin embargo, era vox populi que había logrado el destino por obra y gracia de su amante, un cabo primero que logró que lo destinaran a la barbería. Sí, el soldado Tijerillas perdía aceite a manta. Era un sujeto bajito, enjuto, con jeta de monaguillo seminarista, piel cetrina y vocecita de castrato barroco. Vamos, que no era precisamente un mocetón al uso. Sea como fuere, lo cierto es que ser nombrado barbero era un destino magnífico: todo el día sentado en el sillón ojeando revistas porno (del porno que gustan los homosexuales, naturalmente, no de señoritas frondosas), y a las 14:30 se largaba a su casa. Pocos se pelaban en el cuartel porque la inmensa mayoría lo hacían en la calle ya que tenían pase de pernocta y solo estaban en la base para cumplir el servicio de turno, o bien estaban allí una semana entera a cambio de pasar otra en su casa, momento que aprovechaban para darse un repaso capilar. El soldado Tijerillas no tenía asignado un estipendio por su trabajo, o sea, que pelaba gratis salvo que su víctima le diera una propina, cosa que creo no sucedió jamás. 

El otro coprotagonista era el soldado que llamaremos Modosito. Modosito era uno de los integrantes de la siniestra, tenebrosa y odiada Patrulla de Vigilancia, de la cual yo era el mandamás. Inciso: me gané tal fama que, 25 años después de largarme, fui un día con mi segundogénito a saludar a mi antiguo capitán, y el guripa de la entrada se quedó con la jeta a cuadros al ver mi nombre en el DNI, y a mí se me quedó el careto a triángulos cuando, estrechándome la mano efusivamente, me aseguró que, entre la Policía, yo era considerado como poco menos que una leyenda de quien se narraban tropocientas historias acerca de mi estricto sentido de la disciplina y mi proverbial mala leche durante mi periplo castrense. Bien, la cosa es que el soldado Modosito, al que deberían haber enviado a la 22 Escuadrilla, la 407 o a cualquier otro destino más apacible, era un ciudadano callado, taciturno y tímido. Creo que jamás tuvo la osadía de echar una bronca a ningún guripa desarrapado, y menos aún de meterle un paquete. Es más, yo mismo tuve una vez que endilgarle dos días de arresto (ampliados a una semana por el capitán cuando se enteró del tema) porque vi cómo en plena calle era un guripa el que le echaba la bronca a él, que muy contrito aguantaba el chaparrón mirando al suelo. No sé cómo no estrangulé allí mismo a los dos, al guripa y al memo de Modosito.

En resumen, el soldado Modosito no era precisamente uno de esos fulanos nasío pa matá, sino un auténtico cordero pascual con menos ímpetu que un paramecio artrítico y más acoquinado que un hereje impío delante de siete feroces dominicos del Santo Oficio. 

Bueno, pues la cuestión es que, un buen día, me encuentro a Modosito en unos bancos de fábrica que había junto al cuerpo de guardia junto a su pareja. Pareja en sentido castrense, ojo. Las patrullas siempre la formaban dos fulanos y, de vez en cuando, íbamos allí a descansar un rato de tanto patear cuartel arriba, cuartel abajo, y a echar un cigarrito. Pero, cual no fue mi sorpresa cuando veo a Modosito llorando como una Magdalena acosada por fariseos cabreados. Pero llorar, llorar a moco tendido. Levanté la ceja que siempre se levanta cuando uno está un poco bastante asombrado y le pedí amablemente que se me informara del motivo de la llantina.

-A vé, ¿qué cohone te pasa?- inquirí mientras el colega de Modosito lo consolaba dándole palmaditas en el lomo- ¿Se t'ha muerto er gato o qué?

Modosito no podía articular palabra. Tenía la cara amoratada, literalmente bañada en lágrimas, dando hipidos y con un moquero que ya necesitaba ser exprimido de tan empapado como estaba.

-¿Qué carajo le pasa a ehte?- pregunté al otro, que llamaremos soldado Orejón

-Er Tijerilla, que l'ha metío mano- respondió Orejón sin dejar de pasear la mano por el lomo de Modosito, que al escuchar a su compañero arreció la llantina por la vergüenza.

-¿Qué...?- pregunté asombrado- ¿Cómo que l'ha metío mano?

-Sí, coño, que lo ha querío violá- insistió Orejón haciendo un gesto explícito que no dejaba lugar a dudas. El Tijerilla había agarrado a Modosito por sus partes pudendas como paso previo al fornicio contra natura.

Tardé más de un minuto en asimilar aquello. Pero, a medida que mi sesera iba haciéndose una idea de lo ocurrido, mi naturaleza extremadamente colérica empezó a despertar, y un regusto a sangre me invadió la boca.

-A vé...- gruñí con mirada torva y acumulando espumarajos en mis fauces- ¿Me ehtá disiendo que'r Tijerilla t'ha metío mano y tú no lo ha reventao a hohtia allí mihmo? ¿Tú no sabe de sobra qu'un polisía en servisio de arma é sagrao, giliposha de lo cohone? ¡Cuéntame qué hohtia a jesho esa mamona o te fohtio vivo, que me tié ya jahta loh güevo, Modosito der copón!

Mi enérgico revulsivo pareció causar efecto en el llorón, que en pocos minutos pudo amainar la pataleta, sonarse los mocos varias veces y enjugarse la jeta con el moquero, que ya daba asco de cómo estaba de fluidos corporales. A trancas y barrancas me contó la película, y por lo que dijo la cosa venía de lejos.

Resulta que el Tijerillas se había enamorado perdidamente de Modosito, y el muy tontaina, en vez de ir a pelarse en su Coria del Río natal, pues iba a la barbería cuartelera. Pero no por la destreza del Tijerillas, sino porque era incapaz de negarse a las súplicas del palomo aquel. Era tan timorato y apocado que no podía mandarlo literalmente a tomar por culo o, en un momento dado, informarme del acoso que sufría, que ya me encargaría yo de meterle las cabras en el corral al promiscuo barberillo. Orejón, que sí estaba en el ajo, se encogió de hombros cuando le pregunté si sabía algo del tema, y me respondió que le había suplicado que no dijera nada a nadie. 

Pero lo cierto es que el Tijerillas no paraba de hacer zalemas a Modosito. Hasta le regalaba cositas guais para seducirlo: botes de colonia, ropa y, por lo visto, incluso un tanga negro con un corazón rosa de peluche delante de la picha. Y el Modosito, en vez de darle una tragantada que le sacase la nuez por el cogote, pues se dejaba querer. Pero no porque los requerimiento del Tijerillas le hicieran efecto- el tipo hasta tenía novia en Coria- sino porque era materialmente incapaz de hacerle "el feo" de rechazar los obsequios que le hacía mientras le dedicaba miradas llenas de pasión. Esto que yo he narrado en medio párrafo tuve que sacárselo al Modosito con un sacacorchos tras un largo interrogatorio, porque la vergüenza por su nula reacción ante el agobiante acoso del Tijerillas le superaba.

Finalmente, le pregunté por el intento de violación. De verdad, aquello fue de película...

Resulta que el Modosito se presentó en la barbería a darse un repaso y, sin que se diera cuenta, el Tijerillas cerró con llave mientras él tomaba asiento. Antes de ponerle el babero, el muy bribón le entregó una caja con una docena de pasteles de no sé dónde para que se los zampara en la merienda. Y a continuación, sin que a Modosito le diera tiempo a reaccionar, el Tijerillas se le sentó encima, le echó los brazos al cuello, le estampó el morro y le declaró abiertamente su amor. Modosito, totalmente abrumado, se lo quitó de encima como pudo y salió corriendo hacia la puerta. Tras comprobar que estaba cerrada con llave, se sintió como animal acorralado y empezó a dar vueltas por la amplia dependencia de la barbería seguido por el Tijerillas, que le aseguraba que estaba loco, ¿o debería decir loca?, por él, que le haría lo que él quisiera, que se moría de ganas por...(aquí pongan todos las cochinadas que se les ocurran), y que no podía vivir sin él.

Sintiéndose acorralado, Modosito tuvo un destello de genialidad y, sin dudarlo, se tiró por una ventana. Afortunadamente, la barbería estaba en un bajo y un salto de un metro no era en modo alguno peligroso para su integridad, por lo que se largó corriendo como un galgo a la cercana cantina de tropa, donde Orejón lo esperaba jugando en la máquina de matar marcianos. En fin, cuando terminó de narrarme los hechos tenía claro que aquello no debía trascender, y no por el Tijerillas, sino por Modosito, que bastante desgracia tenía con ser tan apocado como para ser la rechifla de toda la base. Con la ira brotándome por los poros, le ordené que se quedase allí y que llorara un ratito más si le apetecía, que mientras tanto yo me encargaría del Tijerillas.

La banda de Tablada ensayando en el patio de armas de la 22 Escuadrilla. Al fondo a la derecha se ve el local de la barbería, y la flecha señala la ventana por donde Modosito pudo huir del acoso sessuá del Tijerillas

Dando grandes zancadas, me dirigí a la barbería acompañado de Orejón. En Tablada, las distancias eran enormes, y se echaban varios minutos para ir de un sitio a otro. Invertí ese tiempo en pensar qué haría con el Tijerillas, si patearle el hígado o hundirle el cráneo. Finalmente decidí que a semejante personaje le bastaría una bronca de antología, y que no merecía la pena que me metieran un paquete por dejarlo allí tirado chorreando sangre. Ahora, los ofendiditos me tacharán de fascista, homófobo, etc., pero, aparte de que me da una soberana higa, justo es reconocer que el que se la buscó fue el Tijerillas por su promiscuidad.

Cuando por fin llegué a la barbería le ordené a Orejón que se quedara fuera, y que no dejase entrar a nadie. Abrí la puerta de un manotazo y allí estaba el Tijerillas, apalancado en el sillón mirando al infinito, tal vez apenado por las calabazas que le dio Modosito. Al verme aparecer, su jeta aceitunada se puso completamente verde. Mi fama me precedía, y mi corpachón uniformado y con el casco en la cabeza causaba bastante inquietud, las cosas como son. El Tijerillas estaba tan acojonado que ni se movió, como un gazapo ante una boa. Cuando llegué hasta él lo agarré por las solapas y lo levanté en vilo hasta que su jeta quedó delante de la mía. Lo llevé contra la pared y lo sujeté por el pescuezo con la mano derecha, de forma que los pies le quedaban a unos 20 cm. del suelo. Obviamente, del verdoso pasó al morado a los pocos segundos.

-Cusha, mamonaso de mierda- espeté murmurando peligrosamente si bien no le dije mamonaso, sino otro palabro que omito porque hoy es políticamente incorrecto- como yo m'entere de que vuerve a meté mano al Modosito, no solo acabah un mé en er caleto (el calabozo), sino que ante de meto una manta de hohtia que no te va a conosé ni la mare que te parió. ¿T'ha enterao, joputa?

Dando ya muestras de asfixia, el Tijerillas movía la cabeza de arriba abajo con los ojos muy abiertos. Le pregunté dos o tres veces más si la cosa estaba clara hasta que, finalmente, lo solté. Cuando tocó el suelo se le doblaron las rodillas, y allí quedó tosiendo y jadeando.

-Y una cosa má...Yo he venío a pelarme, ¿verdá?- pregunté antes de largarme.

El Tijerillas, entre tos y tos, afirmaba con mucho convencimiento que, en efecto, mi visita a la barbería se debía a lo lógico, pelarme, aunque yo siempre lucía un primoroso corte de pelo a la taza, que para eso tenía que dar ejemplo al personal. En fin, sin decir más palabra me largué, dejando al fulano aquel recuperándose del susto y el ahogo. Está de más decir que Modosito nunca más fue a la barbería, que el Tijerillas nunca más se metió en camisa de once varas, y todos fuimos felices y comimos perdices.

Bien, como han visto, el tema del acoso sessuá no es nada nuevo, y no solo lo sufren las mujeres a manos de los malvados hombres. La cosa es que la mujer lo proclama- y ahora más que nunca porque hay más de 300 leyes que las favorecen- y los hombres se lo callan, generalmente por vergüenza. Pocos se atreven a reconocer que un ser de luz los ha acosado, y aún más que un "guey" los ha porculizado o lo ha intentado. 

Posiblemente, este relato encenderá a más de un ofendidito, que dirá que el Tijerillas era un probo ciudadano homosexual empoderado, resiliente y blablabla, y el Modosito un retrógrado incapaz de reconocer que el amor es libre y que no tenía por qué montar semejante número por lo que era una simple demostración de afecto. De mí dirán que me porté como un homófobo machista, un tirano del heteropatriarcado y tal, pero ya quisiera yo ver a estos ofendiditos si soltaban sus mantras en un acuartelamiento de hace unos añitos. Sea como fuere, lo cierto es que el Tijerillas se pasó siete pueblos con un chaval que acababa de salir de las faldas de mamá para ir a parar a un mundo donde nadie te iba a sacar las castañas del fuego salvo tú mismo. Por eso, en la mili entrabas siendo un crío y salías convertido en un hombre. Mala cosa se hizo al abolirla, y ya vemos como muchos países occidentales se están empezando a plantear volver a implantarla, entre otras cosas para inculcar a los jóvenes el concepto de defensa de la Patria y el espíritu de sacrificio, que tantos niñatos de hoy día tienen totalmente atrofiado.

Bueno, se acabó lo que se daba.

CVRATE VT VALEATIS CIVIS

Hale, he dicho

jueves, 7 de diciembre de 2023

CINE HISTÓRICO: EL ENANO CORSO (DIOS LO MALDIGA)

 

Aún recuerdo lo que me impresionó la primera obra de Ridley Scott, "Los duelistas", filmada en 1977. Su fotografía, el realismo de las puestas en escena y, sobre todo, los duelos a espada que no tenían nada que ver con las sofisticadas coreografías habituales, me fascinaron totalmente. Era tan perfeccionista que sería digna del mismo Kubrick. Esta obra, que era una adaptación de una novela de Joseph Conrad basada en una historia real, es de las que deben ser vistas obligatoriamente por cualquier amante del cine. Sin embargo, da la impresión de que en esta película Scott echó el resto, porque su filmografía en lo referente a cine histórico ha ido perdiendo a mi entender calidad a cambio de espectacularidad. Que sí, que poderoso caballero es don Dinero y tal pero, como siempre digo, tergiversar la verdad sale al mismo precio que decir la verdad, por lo que nunca he encontrado el motivo por el que guionistas y directores vapulean la historia cuando se trata de historias que, por sí solas, contienen las dosis de épica necesarias para entretener sin desinformar o, mejor aún, entretener y, además, enseñar.

Francamente, debo reconocer que no tenía la más mínima intención de elaborar un articulillo sobre esta película porque la vi durante menos de cinco minutos, tiempo suficiente para que me diesen varios vahídos y amagos de ira, pero con tal de dejar constancia de que sigo vivito y coleando, decidí finalmente dar cuenta del escasísimo tiempo de visionado y constatar que, una vez más, se pasan la historia por el forro. De hecho, en el breve tiempo que dediqué a la cinta se perpetran tal cantidad de fiascos que resulta cuasi insultante.

La película comienza con la ejecución de la aborrecida María Antonieta, un hecho del que hay información histórica e incluso gráfica a cascoporro. Se sabe con pelos y señales cómo discurrieron las últimas horas de la desdichada reina, así como de su traslado al cadalso y su ominoso final a manos de Charles-Henri Sanson el 16 de octubre de 1793. La ex-reina estaba recluida en La Conciergerie, un antiguo palacio real reciclado en prisión allá por el siglo XIV. En primera instancia había sido recluida en una celda más que espartana, pero la intentona por parte de elementos realistas por liberarla a finales de agosto de 1793 hizo que la vigilancia se tornase más férrea. Fracasado el complot y para evitar posibles asaltos, fue transferida a una celda donde siempre permanecía custodiada por una guardia, y para darle un mínimo de intimidad se instaló un biombo. La única persona cercana que se le permitió estar junto a ella fue Rosalie Lamorlière. A la derecha podemos ver una de las muchas obras que representan el encierro de la austriaca, que muestra de forma bastante veraz el ambiente donde pasó sus últimos días. El cuadro, obra de Tony Robert-Fleury, data de 1906.

"María Antonieta camino de su ejecución", obra de
François Flameng (1887)
El día de la ejecución se puso un vestido blanco y, a eso de las 10 de la mañana, se personaron en la celda los jueces del tribunal y Henri Sanson, hijo del famoso verdugo, para hacerse cargo de la rea. Tras leerle la sentencia, Sanson le descubrió la cabeza y le cortó el pelo según era costumbre. Se decía que la desdichada pasó tal terror durante los días previos a la ejecución que su cabello rubio se volvió completamente blanco. Una vez pelada se volvió a cubrir con la cofia, y Sanson la maniató. A continuación fue subida a un carromato con una simple tabla apoyada en los varales a modo de asiento, siendo acompañada hacia el suplicio por el abate Girard, que se sentó junto a ella, y por Sanson.

El paseo desde La Conciergerie, situada en la Isla de la Cité, hasta la Plaza de la Revolución, actualmente Plaza de la Concordia, era de unos 2'5 km., que en unas calles literalmente atiborradas de ciudadanos ávidos de morbo, hicieron el trayecto interminable, de forma que cuando llegaron a destino eran alrededor de las 12:00 horas. Parece ser que durante su recorrido, el pueblo permaneció mayoritariamente silencioso. Al cabo, las figuras regias seguían imponiendo cierto temor reverencial aunque fuesen camino a ser descabezadas.

En la ortofoto inferior podemos ver la situación de la cárcel de La Conciergerie en la isla de la Cité y, dentro del círculo mayor, la Plaza de la Revolución. Salta a la vista que no es el rapidísimo paseo que muestra la película.


Una vez ante el patíbulo, María Antonieta bajó del carro y se puso en manos de Sanson padre. La apoyaron contra la plataforma basculante y, con la rapidez habitual en estos casos, fue finiquitada en un periquete. Sanson cogió la cabeza y la mostró al populacho berreando "¡Viva la república!", tras lo cual su cuerpo fue depositado en un burdo ataúd y su cabeza colocada entre las piernas. Cuando todo había concluido, el personal se dispersó y cada mochuelo a su olivo. El cadáver fue enterrado en una fosa común del cementerio de La Madeleine, si bien en 1815 fue exhumado junto al de su marido y depositados ambos en la basílica de Saint Denis, donde se encuentra el panteón de los reyes de Francia.

Bien, grosso modo, esto es lo que ocurre en los primeros minutos de la película que, como ahora veremos, solo se asemejan a la realidad en que la austriaca fue decapitada, pero ya está. El resto, una cagada tras otra aunque, como hemos visto, hay información sobrada para poder recrear tan luctuoso suceso sin necesidad de hacer el ridículo. Veamos...

La acción comienza con María Antonieta despidiéndose de sus retoños en lo que parece un cuarto de plancha o una dependencia del servicio. No se atisba bien porque la escena es muy oscura. De hecho, he tenido que aclarar un poco la imagen para que se vea algo más. En cualquier caso, abraza a sus dos hijos vivos en ese momento: María Teresa, que en esa época estaba a punto de cumplir 15 años, por lo que sería de una mocita de estatura similar a la de su madre, y casi oculto entre las sombras está Luis, el príncipe delfín, que tenía apenas 8. Pero la cosa es que los retoños no estaban en La Conciergerie, sino en el Temple, acompañados por su tía Isabel la cual seguiría el mismo destino que su hermano y su cuñada unos meses más tarde. En resumen, la peli acaba de empezar y ya han perpetrado la primera cagada. Sigamos...


En la siguiente escena, María Antonieta se encarama en el carro y permanece de pie en el mismo, si bien dicha escena es brevísima y no se ve que la acompañe nadie. A continuación aparece la pseudo Plaza de la Revolución que vemos arriba, que más bien se asemeja al patio interior de algún palacio. La plaza era un espacio abierto, como vemos en la ilustración superior derecha, y no un sitio encajonado. Debajo tenemos un apunte al natural tomado por Jacques-Louis David (sí, el famosísimo pintor) en el que vemos a la rea maniatada, pelada y cubierta con su cofia, no como aparece en la película. Ah, observen un detalle chorra: como dijimos anteriormente, la ejecución tuvo lugar a mediodía, cuando el sol cae perpendicularmente. Sin embargo, si nos fijamos en las sombras comprobamos que esa escena se rodó a media mañana o media tarde. Qué fallo más plasta, ¿no? Prosigamos...


La María Antonieta se ha apeado del carro que, en vez de detenerse junto al patíbulo como era preceptivo, se para a una distancia del mismo para que se de un postrero baño de multitudes y, de paso, dejarnos pasmados ante tal cúmulo de memeces cinematográficas. El vestido blanco lo han cambiado por uno negro, que imprime por lo visto más solemnidad a la escena. El pelo cortado se lo han reimplantado, luciendo una espesa melena blanca y muy rizada. Y su rictus de desprecio y arrogancia no cuadra mucho con el de una mujer que pasó sus últimos días en un estado constante de pánico. En cuanto a la plebe, en vez de guardar silencio, se desgañita poniéndola a caldo y arrojándole todo tipo de hortalizas. La escena no puede ser más artificiosa y patética, la verdad. Por cierto, nadie la escolta, nadie la acompaña. Se dirige ella solita hacia la siniestra máquina. Con dos cojones, ¿qué no? Continuemos...


Tras subir las escaleras sin perder ese aire chulesco, como de ramera empoderada camino del juzgado, Sanson la maniata, cosa que ya hizo su hijo dos horas antes. Por cierto que el vestido, según la toma, parece azul a veces y otras negro. En todo caso, da lo mismo porque ya sabemos que era blanco. En el momento de llegar a la plataforma del patíbulo, parece ser que pisó a Sanson y la ex-reina, que era muy educada, le pidió disculpas y le aseguró que lo hizo sin querer. Esto, obviamente, también lo omiten en la cinta porque no cuadraría con la gélida mujer soberbia y arrogante hasta el último hálito de vida. Más cosas...


Esta ya se pasa de castaño oscuro. La guillotina no tiene plataforma basculante, por lo que deduzco que el "experto" y el "asesor histórico" no se han leído mis enjundiosos articulillos sobre estas máquinas. Así pues, lo que nos muestran es a Sanson apoyándole la mano en el hombro para que se arrodille y, a continuación, le recoge el pelo antes de meterle le cabeza en el cepo. Curiosamente, el ayudante del verdugo tarda lo suyo en cerrarlo, como si se atrancase. Sin embargo, ya sabemos que esta operación duraba literalmente fracciones de segundo. Colijo que los "expertos" eran una legión de cuñados, como suele pasar. Veamos qué pasa a continuación...


La cuchilla cae, la cabeza de la Antonieta también, y Sanson la muestra a la plebe, pero no abre el pico. No da vivas a la república ni leches. Pero aún nos deparan alguna sorpresa sumamente sorprendente el Sr. Scott y sus magníficos asesores. Vean, vean...


Ahí tenemos la aparición del enano, que ha acudido a presenciar la ejecución. Nos regalan a un Joaquin Phoenix talludito con sus 49 tacos a cuestas y que se parece al enano lo mismo que un huevo a una castaña. El genocida corso tenía en aquel momento 24 años (véase la imagen de la izquierda, de un retrato de esa época), y era un tenientillo de artillería que no pudo asistir a ninguna ejecución regia porque estaba en Tolón, una población costera en la Occitania donde su familia se había exiliado porque su padre, otrora ardiente defensor de la independencia de Córcega, se cambió de chaqueta y tuvo que salir de naja de la isla. En resumen, el enano no estaba en París el 16 de octubre de 1793. Aquí corté. Mis neuronas se me estaban amotinando, así que opté por encender una varita con aroma a vainilla y poner música sacra ortodoxa, que me relaja una burrada. 

Y ahora, me pregunto: Con tanta inteligencia artificial, tanto programa de edición y tanta gaita, aparte de los hábiles maquilladores de Joligú, ¿tanto trabajo costaba rejuvenecer un poco al Phoenix y, de paso, ocultarle la extraña marca  de nacimiento que tiene en el bigote. ¿Tan difícil era añadirle un poco de caballete a la napia? En fin, criaturas, siento no poder ofrecer un articulillo más enjundioso, pero si en menos de cinco minutos han pateado la historia tropocientas veces y, además, sin necesidad, comprenderán que no me puedo permitir ciertos excesos. El médico me tiene prohibido ir más allá de una pataleta fuerza 3, por si acaso. 

Bueno, ya se pueden hacer una idea de a qué se enfrentan los héroes que decidan ver en su totalidad este bodrio. 

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

Hale, he dicho

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Tumba del enano en Los Inválidos, en París. En ese sarcófago marmóreo con aspecto de bombonera rococó guardan la osamenta de uno de los más infames y siniestros psicópatas de los tiempos modernos. Dice mucho de los gabachos el ver como veneran a un criminal, un monstruo, un degenerado sátrapa que llevó a la Europa toda muerte, guerra, miseria, violaciones, asesinatos, profanaciones de iglesias y tumbas, saqueos y un sin fin de fechorías. Los albores del siglo XIX fueron un anticipo de lo que tendría que llegar más tarde de la mano de sus émulos, el ciudadano Adolf, el padrecito Iósif o el camalada Mao Zedong. Y lo más paradójico es que los gabachos, que perdieron miles y miles de hombres en las guerras de este hijo de la gran puta, sean los que más afanosamente lo alaban como un genio de la guerra. El enano no era un genio de nada, era un despreciable asesino que debió acabar ahorcado en el patíbulo de Tyburn o, mejor aún, descabezado como el ciudadano Capeto. Anda y que se vaya al carajo el enano asqueroso ese...


jueves, 16 de noviembre de 2023

HISPANIA TRADITORIBVS NON PRÆMIAT

 


VALETE. HIC EST MAGNVM CANEM PRODITORIS, MALVM REQVAMQVE, STVLTVM ATQVE HISPANICVM INIMICVM, ERGO CENSEO PETRVS SANCHODICI ESSE DELENDAM.


CVRATE VT VALEATIS, CIVIS.


DIXIT EST

martes, 24 de octubre de 2023

EL MALDITO ESMARFON

 

¿Cómo es posible que estos chismes se hayan adueñado de la vida del personal?

D.M.S.H.S.E.S.T.T.L.

Tengo que reconocer, no sin sentirme humillado hasta el tuétano, que por una vez he sido derrotado. Mi venerable teléfono de tapadera yace en el cajón de los objetos nostálgicos junto al reloj y el rosario de papá, la foto de la mili, la galleta de la Policía de Aviación y demás fósiles de un pasado cada vez más lejano. Cierto es que cuando sacaba el teléfono en algún lugar público, la gente se me quedaba mirando como si hubiese salido de la trena tras 20 años viviendo a costa de los contribuyentes, pero no es menos cierto que consideraba ese aparatito como algo simplemente práctico ya que lo usaba para hacer y recibir llamadas, y no para que las llamadas sean el uso menos relevante de esos perversos objetos que se han adueñado de la sociedad: el temible esmarfon.

He pasado años esquivando la tóxica existencia de esos tiranos despiadados. He soportado miradas despectivas, lastimosas e incluso murmuraciones. Me he paseado por la Hispania toda con mi vetusto móvil sin haber tenido necesidad de usarlo para otra cosa que no sea el típico "¡Cusha, que ya he llegao!" o el "¿Oiigaaa? ¡Que me s'ha parao er puto coshe y no sé qué cohone le pasa! ¿Cómo dise? ¿Qué no hay grúa jahta dentro de dó horaaaaaa?". Pero la cosa es que conversaciones similares se siguen manteniendo si bien, en muchos casos, están siendo sustituidas por el wasa ese que permite al personal ejercer menos la oratoria, confiándolo todo a un corrector que corrige como le sale del níspero y adornar el mensaje con bolitas amarillas que se supone pretenden transmitir tu supuesto estado de ánimo. Y sigo supuesto porque, mientras transmites un pésame con bolita amarilla con jeta de pesadumbre, igual te pilla corriéndote una juerga de antología y, obviamente, no estás triste, sino todo lo contrario.

Alguno se preguntará cómo he podido dejarme arrastrar por esta nefasta tendencia, pero los cambios sociales me han obligado a ello a pesar de ser uno de los individuos más antisociales que conozco, cuando no el que más. Vean mi triste batalla, perdida a pesar de mi enconada resistencia:

Operadora: Ahora le enviamos un enlace por WhatsApp para autorizar...

Yo: Mire, yo no tengo wasa. ¿No me lo puede enviar por correo electrónico?

Operadora: Lo siento, el sistema solo envía WhatsApp's

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Operadora: Para acceder a su factura, descárguese nuestra aplicación en...

Yo: Oiga, mi móvil no tiene internet

Operadora: No le he entendido bien. Para solicitar factura, pulse 1, para cagarse en mis muertos, pulse 2, para esperar hasta que las ranas críen pelo, pulse 3

Yo. Oiga, ¿usted es un ser humano?

Operadora: No le he entendido bien. Para solicitar factura, pulse 1, para cagarse en mis muertos, pulse 2, para esperar hasta que las ranas críen pelo, pulse 3

Yo: 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2...

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Operadora: Para pedir cita le envío un código QR que deberá presentar en...

Yo: ¿Qué carajo es un código QR?

Operadora: Pues un cuadrado lleno de cuadraditos que...

Yo: Mire, déjelo, ya me buscaré la vida...

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Voz pseudo-humana: Para validar su compra, autorice la misma en nuestra aplicación.

Yo:¡Que no tengo aplicación, hostiasssss! ¿No hay algún ser vivo ahí?

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En fin, podría poder cientos de ejemplos más, pero ya podrán imaginar por dónde van los tiros. 

La cuestión es que mi rechazo a introducir estos chismes en mi vida no obedecía a una mera cabezonería, sino por ver a la gente totalmente abducida por ellos hasta el extremo de comprobar que el personal vuelca literalmente su vida en ellos. Lo fotografían todo, lo graban todo, tienen tropocientas aplicaciones de las que dependen absolutamente para todo, desde pagar en un bar a comprar una caja tonta del tamaño de un somier para calcinarse las retinas. 

Estos memos deberían estar tirando los tejos a las memas cercanas
en vez de buscar una gachí en una página de citas

La gente va por la calle mirando el puñetero esmarfon, cruzan sin mirar (he estado cienes de veces a punto de llevarme a uno por delante), parecen zombis recibiendo órdenes de los marcianos que nos están invadiendo y, en resumen, ni siquiera miran si están a punto de pisar una mierda de perro porque lo importante es el esmarfon. Desde la oficina te envían un wasa a las tantas y si no respondes te abroncan. Tu novia/o te vigila los mensajes y te exige la clave del aparatito. Tu parienta o maromo, ídem. Si te dejan sin internet te cortas las venas. Si te roban el esmarfon te tiras desde lo alto de un puente. Si el trabajo te obliga a levantarte media hora antes para no pillar el atasco de hora punta pones el grito en el cielo, pero eres capaz de soportar dos días en una cola durmiendo en la puta calle con tal de pillar el último modelo del Aifon que cuesta un huevo y, para colmo, aún no has terminado de pagar el que compraste hace cuatro meses.

Y, por si esto fuera poco, hasta los críos han sido capturados en la tenebrosa telaraña de los esmarfon. Ya no los ves nenes jugando a piola, al cielo voy o a policías y ladrones, ni tampoco nenas jugando a la comba, al elástico o al tejo. Ahora los ves convertidos en aprendices de zombis que se pasan las horas jugando a matar lo que sea. Están en la edad de desarrollarse físicamente, de fortalecer sus cuerpos, pero se pasan la vida apalancados, bicheando con el esmarfon o jugando con la vídeo-consola. Y lo más paradójico: ya no es un castigo irte a la piltra sin cenar o que papá te deje el culo calentito a correazos, sino dejarte sin el esmarfon donde, además de matar marcianos, pueden visualizar infinidad de contenidos absolutamente inapropiados para críos de esa edad o acosar sin descanso al compañero de clase nacido para ser la víctima de la crueldad infantil.

En fin, dudo que el enano corso (Dios lo maldiga) se sintiese tan humillado tras la movida de Waterloo como yo cuando me tuve que personar en el Carrefús acompañado de mi segundogénito para asesorarme. Aún no he logrado enterarme para qué sirven los dibujitos de la pantalla, para enviar un wasa de media frase tardo media hora porque mis dedazos pulsan siempre la letra que no es, y hasta para responder a una llamada tengo que liarme a manotazos para deslizar el icono del auricular. Anteayer pude mandar una afoto porque mi nene me dejó un papelito con las instrucciones para acometer la empresa y, en resumen, estoy hasta los mismísimos cojones de este chisme de mierda que, hasta ahora, solo he usado para lo que usaba el anterior: llamar y que me llamen, y la cosa es que yo jamás llamo a nadie salvo a mis retoños o a mamá, y a mí solo me llaman mamá o las teleoperadoras empeñadas en joderme la siesta. Ah, y también me sirve para ver la hora. Ni siquiera uso el despertador porque raro es que me despierte más allá de las cuatro o las cinco de la mañana.

Concluyo con una anécdota que demuestra el grado de dependencia al que ha llegado la gente, y que debería dar que pensar a más de uno. Digo:

Hace algún tiempo me dirigía a una conocida cadena de supermercados a comprarle a una persona un trasto para hacer un pésimo pan casero que provocaría hasta un motín si lo incluían en la bazofia destinada a la chusma de galeras. Eran las 08:55 de un 2 de enero. Sí, bastante temprano porque odio profundamente los lugares concurridos y mi intención era hacer la compra lo antes posible y largarme echando leches. Pero hete aquí que veo un utilitario medio volcado en la cuneta, empotrado contra la pasarela de hormigón de salida de una finca. Salía humo del capó. No había ni una puñetera alma, como podrán imaginar, porque ese día 2 quiero recordar que era sábado. 

Bien, me bajo y me dirijo al coche. Me aúpo para mirar en el interior, y veo a una jovencita a la que el volante no había la aplastado porque era canijilla. Si me pilla a mí sentado allí me revienta la caja del pecho. Le pregunté cuatro chorradas para ver si estaba medio consciente, pero solo farfullaba y se quejaba. Abrí la puerta, pero no pude sacarla porque estaba literalmente embutida entre el asiento y el volante. Afortunadamente, paró otro coche y un Nissan de la Benemérita. Corté el cinturón con mi inseparable Victorinox y entre tres logramos sacarla del interior con cierta prisa porque la humareda que salía del motor aumentaba, y advertí al guardia que la gasofa estaba chorreando por un manguito roto. La tumbamos a una distancia prudencial mientras el picoleto llamaba por radio a una ambulancia y a los bomberos. 

-¿Cómo te encuentras, hija?- le pregunté pasándole  la mano por la cabeza sin su consentimiento, lo que me habría costado una denuncia por tocamientos lascivos y abuso sesssuá hoy día.

-Mi... móvil... ¿Dónde está mi móvil?- murmuraba con vocecita moribunda.

-Hija, olvídate ahora del móvil, que has vuelto a nacer (el coche estaba literalmente reventado). Alégrate de que has salido viva.

-Mi móvil, mi móvil...- seguía repitiendo como una lora moribunda mientras movía la cabeza bastante nerviosa.

Para serenarla, volví al coche a ver si daba con él a pesar de que podía arder en cualquier momento. Me asomé por la puerta pero fue imposible. El interior era una leonera, y que hostión no se debió dar que el asiento del copiloto salió despedido de sus anclajes. Volví justo cuando ya empezaban a aparecer llamitas en el motor.

-No lo encuentro- le dije-, pero olvida ya el dichoso móvil, que tú eres más importante.

-Mi móvil...- seguía repitiendo sin atender a mis razones. 

Conclusión: me jugaría todos los premolares a que el accidente se produjo porque, en vez de estar pendiente de la carretera, estaría mandando mensajitos con el wasa de los cojones, se fue un poco hacia la derecha, cayó en la cuneta y la frenó la pasarela de hormigón. Por lo visto, venía de haber pasado el fin de año en El Rocío, donde había participado en un cotillón en casa de algún amiguete.

Conclusión: llegó la ambulancia y se la llevaron justo cuando el coche se convertía en una tea que apagaron en un periquete los bomberos que llegaron poco después. Y a la mocita parecía no importarle haberse quedado sin coche, y tampoco que estuvo a punto de matarse. Tampoco pidió a nadie que llamara a sus padres para que no se preocuparan, y ni siquiera preguntó si mostraba alguna herida. Lo importante era saber dónde estaba el puto esmarfon. Manda cojones, ¿qué no?

En fin, esto es la descojonación. Ah, y no olvidemos los tontos de baberos que se pulen mil y pico de pavos por uno de esos chismes cuando uno que vale tres veces menos da el mismo avío. Pero, claro, da más pisto sacar uno de esos que llevan la manzanita mordisqueada. Sois más tontos que Neíta, lo juro.

Hale, he dicho

viernes, 13 de octubre de 2023

CUOTAS DE IGUAL DA

 

Ahí tienen a las principales fautoras de la más perversa y maligna ideología basada en el odio al hombre por el simple hecho de haber nacido hombres. Gracias a ellas, todos somos maltratadores, violadores, malvados, indignos de toda consideración y tratados como los zánganos de la colmena. Eso sí, los planchabragas que las jalean son separados del rebaño para recibir un trato menos injusto

Se siente, pero sigo padeciendo una sequía mental semejante a la que sufrimos por obra y gracia del metano expelido por las ventosidades del ganado vacuno que criamos a destajo para no privarnos de buenos chuletones. Sí, la artillería de galeras está enmoheciéndose, pero la desidia, la incuria y la pereza me superan, de modo que optaré por un nuevo articulillo de opinión para dejar constancia de que aún no he entregado la cuchara. Así pues, hoy hablaremos sobre la igual da o, mejor dicho, las cuotas de igual da, algo que, si les digo la verdad, me da igual. El Criador fizo al hombre libre como para que venga una barragana misándrica y enferma de odio seguida por una legión de palmeras zombificadas a decirnos cómo hablar, qué personal contratar en nuestras empresas, qué tareas debemos llevar a cabo en el hogar, negarnos la presunción de inocencia propia de un estado de derecho, etc. Esto último me enerva bastante porque la disfruta hasta un terrorista pillado in fraganti, habiendo que presentar pruebas que demuestren que el que encendía la mecha de la bomba era él, mientras que a los hombres normales se les niega toda credibilidad por ser hombres.

En lo tocante a la cosa laboral, la barragana insiste en que hay que establecer cuotas por sexo- género según ella- en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35, para lo cual exhorto a los miembros varones de dichas empresas que se jueguen a los chinos en la cafetería cuáles deben ir al juzgado a cambiar de sexo, género o como se llame para, gracias a la risible ley de la barragana, igualar el número de hombres y mujeres en dichos consejos de administración echando una firma en un papel que diga que, desde ayer tarde, se autoperciben hembras. La barragana no tiene en cuenta la capacidad, la validez o los méritos del personal para optar al cargo, sino solo que tenga una rajita a unos 25 cm. al sur del ombligo ya que es de todos sabido que la rajita es hoy día la llave que todo lo abre. También protesta afirmando que hay pocas hembras en las carreras técnicas, a las cuales puede acceder cualquier ciudadano, ciudadana o ciudadane sin que le pregunten por su sexo, apetencias sexuales o ideología. Pero la barragana es tan obtusa- no se puede pedir mucho de una prójima que ha llegado al banco azul usando los mismos métodos que Salomé para engatusar a Herodes Antipas- que no se para a pensar que quizás a los entes de su mismo sexo no gustan de ese tipo de carreras. En todo caso, jamás he oído que proteste porque, por ejemplo, en la judicatura haya más mujeres que hombres, o en enfermería, o como matronas, o en el profesorado de primaria... O por qué a las hembras no les suelen cobrar para entrar en las discotecas pero a los machos sí. O no dice ni pío de la brecha salarial entre los machos que ejercen de modelos, que ganan muchísimo menos que sus colegas hembras, o por qué cuando el barco se hunde aún se dice eso de "las mujeres y los niños primero" más un larguísimo et cétera.

Pero, en realidad, lo que diga la barragana es irrelevante. Su tóxica presencia tiene fecha de caducidad, y más pronto que tarde pasará a la galería de las penumbras, donde solo se recordará su nombre para ponerla a caldo; al cabo de un tiempo, accederá a la galería de los olvidados, donde solo será protagonista de algún chascarrillo y, finalmente, será trasladada a la galería de los vaporizados, uséase, donde ya nadie la recordará ni siquiera por su maldad intrínseca, su misandria patológica y sus severos trastornos obsesivos compulsivos. Cuando la palme en el momento en que Dios así lo disponga, la prensa ni siquiera le dedicará un breve obituario porque nadie se molesta en recordar a los que residen en la galería de los vaporizados, cuya memoria está más extinta que los dinosaurios.

Bien, es habitual que aparezcan en las sugerencias de Yutube cortos de ciudadanas protestando por la perversidad viril, porque juran que ganan más que ellas por el mismo trabajo aunque jamás aportan una prueba, de que son objeto de miradas lascivas o de que no pueden volver tranquilamente a casa solas, a las tantas y borrachas como cubas, lo que por cierto también es aplicable a los hombres, que serán víctimas de un robo o cualquier villanía en un caso similar. Vemos a diario como las inopes mentales de la barragana exigen que a los hombres se les relegue al papel de meros productos cárnicos con menos derechos que un macaco destinado a experimentos científicos, y ya hay algunas que incluso no verían mal que se nos recluyera en campos de trabajo porque, aseguran, no servimos absolutamente para nada, y que ellas serían capaces de mover el mundo sin necesidad de soportar nuestra nociva presencia y nuestros ronquidos en el tálamo conyugal. Simplemente nos odian porque su mínimo intelecto no les permite cuestionar las gilipolleces que oyen, y parece que se han olvidado de que sus padres tuvieron un 50% de la culpa de haberlas engendrado enhoramala.

Ellas moverían el mundo, dicen, pero a continuación veremos una serie de oficios cotidianos (no mencionaré los habituales en estos casos como asfaltar carreteras, etc., que todo el mundo saca a relucir, sino aún más frecuentes y que pasan desapercibidos) en los que, al menos yo, jamás he visto a una sola mujer ejerciéndolos. Y no solo eso, sino que tampoco he oído a la barragana exigir cuotas de igual da para los mismos ya que en ninguno de ellos se trabaja cómodamente sentado en una oficina con aire acondicionado o calefacción, con un extenso surtido de máquinas expendedoras en el pasillo, un baño impoluto que limpian y desinfectan cada dos horas, con un refrescante aroma a lavanda en el edificio, suelos que chirrían de limpios, jefe elegante, amable y, por supuesto, homosexual, para que no se sientan acosadas o ser objeto de deseos perversos, y encima cobrando 3.500 limpios de polvo y paja al mes. Empecemos...


Díganme, probos lectores, ¿cuándo han visto a una ciudadana manejando un camión hormigonera? No es un trabajo fácil porque hay que mover piezas pesadas. Inicialmente, hay que bascular la prolongación del canal de vertido que pesa lo suyo y, si hace falta, añadir las extensiones que vemos en los guardabarros traseros. Cuando comienza el vertido, a veces hay que mover de izquierda a derecha el canal que va atiborrado de hormigón hasta que éste se termina. Finalmente hay que limpiar las piezas con una manguera y colocar cada una en su sitio antes de salir echando leches a la fábrica a por más mezcla. Y todo ello, naturalmente, haga frío o calor, esté nublado o pegue un sol de justicia y, si te da un apretón, pues te buscas algún sitio discreto salvo que en la obra haya un retrete químico que hiede a trinchera de la Gran Guerra y absolutamente asqueroso. Ah, y no hay ambientador con aroma a lavanda disponible, faltaría más. Sea como fuere, en este oficio no hay paridad ni se la espera, me temo.


Para desempeñar este oficio no hace falta una fuerza física excepcional y, en todo caso, lo que hacen cuatro hombres pueden hacerlo seis mujeres, como por ejemplo descender al difunto y su cajón a la fosa o meterlo en el nicho. Pero creo que el trabajo de sepulturero es de los más desagradables que existen, y no ya porque hay que enterrar gente y convivir con la muerte y el dolor a diario, sino porque también hay que abrir nichos, tumbas y reparar desperfectos, etc., tareas que se suelen llevar a cabo a puerta cerrada. Ahí ven a un par de probos enterradores sacando una capacha de restos de un panteón familiar que, intuyo, tampoco huele a lavanda. No digo que no haya una sola ciudadana sepulturera en España, pero no creo que abunden. De hecho, yo no he visto a una sola en mi vida, y tampoco letreros o anuncios solicitando personal para reponer a los que se jubilan en los que se indique expresamente que la mitad de los candidatos tendrán que ser mujeres. Total, para algo tan asquerosillo como manejar osamentas pútridas ya están los tíos, ¿no? Prosigamos...


Dudo muy mucho que algún SPECVLATOR de la barragana se haya molestado en encaramarse en una torre de alta tensión para comprobar si cumplen la cuota paritaria. Más aún, me jugaría cuatro docenas de cigalas a que jamás ha habido una sola solicitud mujeril para el desempeño de semejante oficio, donde colijo se echa más tiempo en subir y bajar que currando en lo alto de la torre. Esos probos pelacables no tienen que ceder su puesto a ciudadanas empoderadas y quejosas porque se les discrimina a la hora de compartir arnés y demás artilugios de seguridad para, en caso de despiste, no acabar estampado contra el suelo. Además, las torres carecen de aseos y, en caso de apretón o poliuria intensa, no hay otra que descargar los fluidos de desecho corporal sobre un suelo situado a 50 metros de distancia o incluso más. Pero si desaparecen los malvados hombres, ¿quién se tendría que encaramar en la torre, con lo desagradable que debe ser verse ahí arriba en pleno invierno en la provincia de Soria o en pleno verano en la de Sebiya? 


Porque, no nos engañemos, currar en las alturas es un coñazo y, peor aún, peligroso. Un despiste te puede costar la vida o, como poco, una costalada suntuaria que te supondría una baja bastante enojosa o quedarse tullido de por vida, y más en países como el de la foto, donde un andamio homologado es una utopía. Pero bueno, las de la foto de cabecera dirán que si un currante se parte la crisma, pues un maltratador machista, fascista, homófobo, tránsfobo y putañero menos en el mundo, esa arcadia que prometen a sus acólitas donde ellas serán las dueñas del cotarro y los machitos serán relegados a la condición de proveedores y consoladores cárnicos.


Está de más decir que la fobia a las alturas impediría disponer de ciudadanos que se pasen ocho horas al día en una guindola para mantener reluciente la fachada de un rascacielos de cristal de 82 plantas y donde tampoco hay aseo, ni aire acondicionado, ni calefacción ni, por supuesto, aroma a lavanda. Tampoco se tiene noticia en este caso de inspectores del Ministerio de Igual Da que se hayan descolgado 35 pisos desde la azotea para comprobar si se cumple que un 50% de los émulos del Hombre Araña sean féminas sin vértigo.

¿Y qué me dicen de los pescadores y pescadoras? Ah, ¿qué no recuerdan haber visto que la tripulación de un pequero la formen mitad y mitad, o incluso que haya siquiera una "miembra" a bordo? Pues, ahora que lo mencionan, yo tampoco lo recuerdo. He visto mariscadoras currando a base de bien en las orillas, y mogollón de ellas en la industria conservera. Los hombres buscan la materia prima y ellas la envasan. Sería justo, ¿no? Pero... no, la verdad. Los riesgos que se corren en un barco son muchísimo mayores que los de una conservera. De hecho, no es raro tener noticia de algún barco hundido cuyos tripulantes se han ido al fondo para siempre jamás, pero en las conserveras no se ha ahogado nadie, que yo sepa, salvo que se haya atragantado alguna operaria con una anchoa feucha que, en vez de tirarla, se la zampó para matar el gusanillo.


Pero, ojo, no solo los currantes marítimos se arriesgan a perder sus vidas, sino también los de secano. Ahí ven a un maderero dándole a la motosierra y, por lo visto, es uno de los oficios más peligrosos que existen y donde se producen mogollón de accidentes de todo tipo, desde la rama gorda que se te cae encima a la motosierra descontrolada que te rebana una pierna. Por lo demás, ¿se imaginan ese trabajo cuando no existían las motosierras y todo era a golpe de hacha y serrucho? Absolutamente... agotador... ¿O no? Por cierto, aquí tampoco hay aseos impolutos y, en vez de aroma a lavanda, huele a resina de pino o a eucalipto.


Y no solo son chungos los trabajos lejos de la ciudad, sino también dentro. Vemos muchas ciudadanas barrenderas pero, ¿han visto alguna subida en el estribo de un camión de la basura moviendo pesados contenedores atestados de desechos? Uno de esos dos currantes debería ser una de ellas según las obligadas cuotas de igual da, que me temo tampoco ponen especial celo en lo referente a este oficio donde, además de no disponer de aseos, en vez de oler a lavanda huelen a... basura.


Otro trabajo que creo está exento de cumplir las cuotas paritaria es la industria petrolífera, que es un oficio bastante peligroso, pringoso y extremadamente duro, para no hablar de las plataformas ubicadas en el mar y donde su personal se acojona bastante cuando arrecia un huracán, los bambolea una tormenta apocalíptica o el helicóptero de rescate no puede despegar a causa del mal tiempo. De hecho, ninguna quiere irse a un sitio semejante porque, según tengo entendido, los turnos son de varios meses en la plataforma y otros tantos en casa, motivo por el cual se gana un muy jugoso estipendio. Sin embargo, ni siquiera hay cola por parte de los malvados machistas para largarse a una plataforma en el Atlántico Norte a pesar de que estos sí disponen de aseos, pero no de ambientadores con aroma de lavanda.


La industria metalúrgica tampoco parece ser del agrado del mujerío. Currar a escasos metros de crisoles a una temperatura muy elevada y embutido en un traje de amianto cancerígeno que no ha sido perfumado con lavanda no es nada gratificante. Antes al contrario, huele fatal, se suda la gota gorda, se corre peligro de sufrir quemaduras chungas y, en resumen, resulta un poco bastante muy agotador como para exigir que se cumpla la cuota de igual da. Mejor se lo dejan a los machistas opresores, y si alguno se carboniza que se ponga mercromina y una tirita, qué carajo...


En fin, criaturas, podría seguir hasta el infinito y más allá, pero no creo que haga falta. De hecho, ya ven como oficios milenarios como el de picapedrero o herrero son poco o, mejor dicho, nada demandados por las mujeres. Se hace muy, pero que muy pesado pasar hooooras y hooooras dándole al martillo mientras te salpican esquirlas de piedra o chispas de la fragua. Total, se está mejor en una oficina con aseos relucientes y ambientadores de lavanda, ¿no?

COLOFÓN: No pretendo con esto infravalorar a las mujeres. Muchas, la inmensa mayoría, se han deslomado para ayudar a sacar a sus familias adelante, muchas han parido bajo un olivo porque rompieron aguas recogiendo aceitunas, muchas se han partido la espalda lavando ropa a mano, muchas se han dejado los ojos cosiendo, muchas han acudido a los frentes de batalla a curar y cuidar los heridos en combate, etc. etc. etc. Más aún, muchas han dado ejemplo de una capacidad intelectual fuera de lo común, y nadie podrá negarles sus méritos.

Lo que sí pretendo con esta monserga es, simplemente, manifestar a las arpías de la foto de cabecera que se dejen de demagogia barata, de lavar el cerebro a las crías para que nos vean como el enemigo a batir, y que dejen de una puta vez de meterse en la vida de la gente, y que cada cual trabaje en lo que quiera, sepa o pueda. El intrusismo del estado en la vida de la ciudadanía es ya una distopía pavorosa, y lo peor es que hay imbéciles e imbécilas dispuestos a aplaudir sus iniciativas. Pero, por mucho que se empeñen, la biología es la que es, y la evolución se ha encargado de hacer al hombre más fuerte, más decidido y el protector de la familia, esa que estas gárgolas se empeñan en destruir como sea. Y a la mujer la ha destinado a crear la vida, a cuidar de sus crías y del hogar, independientemente de que hoy día hagan falta dos sueldos para salir adelante. Pero eso no cambia los dictados de la Naturaleza por mucho que se empeñen en lo contrario.

Hombres y mujeres somos complementarios, no enemigos. Basta ya de sembrar el odio al hombre. 

Hale, he dicho

Se desgañitan exigiendo sus derechos, los cuales tienen reconocidos por ley desde hace décadas. Por lo tanto, ¿qué carajo quieren? PRIVILEGIOS. Y a todo esto, ¿por qué no se solidarizan nunca con sus congéneres de los países musulmanes, dónde se las deja morir porque no toleran que un médico las reconozca, dónde casan crías impúberes con tíos de 40 tacos, dónde lapidan a las que son violadas y, en resumen, se aplica a rajatabla la sharía? Son la personificación de la más nauseabunda HIPOCRESÍA