lunes, 21 de abril de 2014

LA ASQUEROSA VIDA DE LOS GALEOTES




Hace ya dos años y medio (¡carajo, como pasa el tiempo!) se publicó una entrada sobre la chusma de galeras, si bien era bastante generalista, a fin de desmitificar los tópicos que suelen estar presentes en el imaginario popular. Pero creo que el tema de las galeras españolas durante el Renacimiento da de sí para elaborar algunas entradas bastante curiosas e ilustrativas. Así pues, dedicaré esta nueva serie precisamente a los que fueron los protagonistas de aquella primera entrada y que, al fin y al cabo, eran el "motor" de las galeras del rey. 

Grilletes
Los motivos por los que un ciudadano podía acabar dándole al remo durante varios años eran de lo más variado: robo, violación, asesinato -que curiosamente estaba menos penado que el robo- consentidor de mancebías, deserción, etc. Fue en 1506 cuando se tuvo noticia por vez primera de la existencia de forzados de galeras ya que, anteriormente, los remeros eran personal voluntario que se enrolaba por una paga. Así pues, estos malvados ciudadanos que acababan en una galera se topaban inicialmente con el alguacil, un subordinado del cómitre que les daba la bienvenida herrándolos, o sea, colocándoles en los tobillos sendos grilletes los cuales eran cerrados mediante un remache de modo que los puñeteros grilletes les acompañarían durante toda su condena. Solo serían encadenados al banco cuando el cómitre así lo ordenase, lo que era habitual con los elementos más rebeldes y antes de entrar en combate.

Galera aragonesa
A continuación el barbero le rapaba la cabeza. Este pelado radical tenía dos objetivos: uno, como medida de tipo higiénico, y el otro, ser fácilmente identificado en caso de fuga. Se le proporcionaban dos camisas, dos calzones, una almilla, un bonete rojo y un par de zapatos. Esta ropa se le iría haciendo jirones a medida que pasase el tiempo. El sol y los lavados con agua salada eran los ingredientes perfectos para destrozar la ropa en no mucho tiempo. 

Tras ser engrilletado y rapado era destinado a un banco en el que con tres o cuatro galeotes más se encontraba con el remo. Hasta mediados del siglo XVI, la boga habitual era a tercerol, o sea, un remo por galeote. Pero este sistema era bastante problemático de cara a la logística ya que era preciso llevar repuestos para tres tipos de remos diferentes. A fin de simplificar este problema, se adoptó la boga a galocha, en la que se usaba un solo tipo de remo que era manejado por tres, cuatro o cinco hombres dependiendo del tamaño de la galera. Así pues, si hablamos de una galera real, de entre 300 y 500 toneladas, el neófito no se encontraba con un remo cualquiera, no, sino una cosa enorme que más bien parecía un árbol sin ramas. Véase el gráfico inferior:


Ahí tenemos el remo: un tocho de madera de haya de unos 11 metros de largo (dependiendo de los tratados de construcción variaban las dimensiones) y alrededor de 130 o 150 kilos de peso (o sea, unos 25 kilos mínimos por remero) cuya pala medía 2,5 metros de longitud. De la longitud total del remo, unos 3,5 metros iban dentro de la nave, y se encajaba entre dos estacas llamadas escamas, siendo fijado mediante un cordaje o estrobo. Para reforzar la caña del remo se le añadía la galaverna, una especie de forro o engrosamiento de entre 1,5 y 1,8 metros, que era sustituido cuando era preciso sin que el remo acusase desgaste. Debido al grosor del mismo, se clavaban en el guion unas manillas para que los galeotes pudieran agarrar el remo. El tramo final o puño se rebajaba para asir dicho remo ya que el que ocupaba ese puesto era el más experto del banco puesto que era el que llevaba la cadencia y, además, era el que realizaba el mayor esfuerzo. Si observamos el gráfico y considerando que el movimiento del remo es circular, el remero más cercano al casco será el que menos tenga que estirarse, y el más cercano a la crujía, la pasarela central de la galera, el que realizaba un movimiento más acusado. Además, por el ángulo del remo hacia el agua, el puño le quedaba a la altura del pecho, por lo que el esfuerzo de la boga era aún mayor.

Chifle
El galeote aprendía a odiar a toda la peña en pocas horas tras su llegada, pero los que se llevaban la mayor cuota de odio, así como de miedo, eran el cómitre y su segundo, el sotacómitre. Estos personajes, que eran los encargados tanto de la maniobra como de todo lo referente con la chusma de la galera, no dudaban ni un segundo en estimular al personal al más mínimo atisbo de flojera a golpe de rebenque o corbacho, que eran unos gruesos cabos con un nudo en el extremo que, restallado en el lomo, obraban verdaderos milagros y hacían desaparecer como por ensalmo el agotamiento. El ritmo lo marcaban con silbatos, chifles o tambores, un sonido que para el galeote era como escuchar las trompetas del Apocalipsis.

Salvo que hiciera viento y no fuera preciso bogar para mover la nave, los turnos de boga eran de hora y media que, cuando se trataba de una travesía, no eran excesivamente pesados ya que a cada golpe de silbato remaban los cuarteles pares, y al siguiente los impares. De ese modo, el ritmo de boga se rebajaba a la mitad. En términos numéricos: de 22 golpes de remo al minuto se quedaban en 10. Pero cuando la galera se topaba con un temporal y buscaba refugio en alguna ensenada, echaban el ancla y la chusma se veía obligaba, si era preciso, a bogar sobre hierro, que no era otra cosa que remar contra el viento para impedir que el huracán y la corriente partieran el cabo del ancla y se vieran lanzados contra los arrecifes o encallados de mala manera. 

Rebenque
Obviamente, el momento más nauseabundo era cuando se entraba en combate. En la víspera se aumentaban las raciones de agua y rancho para que el personal estuviera en condiciones de hacer frente a la dura prueba que se avecinaba. A fin de impedir que la chusma se rebelase en el momento clave, los alguaciles encadenaban al personal pasando una cadena por los grilletes mientras esperaban el momento en que el cómitre ordenara "¡Fuera ropa!" y diera comienzo la boga de arrancada o pasaboga. Eso quería decir que, a continuación, el silbato pitaría a una endiablaba velocidad, y que los siguientes 15 ó 20 minutos serían absolutamente infernales porque ese ritmo de boga era algo simplemente bestial. En momentos así, los remeros de mayor responsabilidad, los espalderes, eran decisivos. Los espalderes iban en el último banco de popa, junto a la crujía. Remaban al revés, o sea, de cara a proa, a fin de observar a sus compañeros de fatigas ya que ellos eran los que determinaban el ritmo de boga conforme al marcado por el cómitre. Y, para animar la fiesta, tanto éste como el sotacómitre no paraban de dar paseos por la crujía estimulando a la peña con amables palabras de ánimo en forma de vigorizantes latigazos en el lomo.

Los distintos tipo de remeros eran:

Los espalderes, ya mencionados antes. Al ser cargos de responsabilidad, solían ser buenas boyas, o sea, remeros a sueldo. Obviamente, no iban herrados. Solían ir dos por galera y, por su categoría dentro de los remeros, tenían derecho a "ración de cabo", más completa y en más cantidad que la que se suministraba a la chusma.

Los curulleros, que iban en los banco de proa. Además de remar debían ayudar en el manejo de los juegos de armas de los cañones, que en las galeras iban siempre en la proa. El curullero solía ser un cargo de confianza.

Los alieres eran los que realizaban maniobras para repeler los abordajes, así como los encargados de manejar el esquife de la galera.

Los proeles. Estos no formaban parte de la chusma, sino que eran pajes y grumetes. Iban en los bancos de proa y, además de bogar, debían ayudar a los artilleros y defender el abordaje.

El resto eran chusma pura y dura, formada por buenas boyas, forzados y esclavos. En función de la nave, el número de galeotes variaba. Por poner un ejemplo, una galera capitana llevaba embarcados unos 350 remeros para nutrir los 55 bancos que llevaba: 27 a babor y 28 a estribor. Por lo demás, la existencia de estos sujetos era una auténtica birria: 



El abordaje
Las enfermedades causaban estragos entre ellos debido a las pésimas condiciones higiénicas: el escorbuto, el tétanos, el beriberi y la pelagra. Dormían al raso y, si la mar estaba un poco picada, se empapaban por el agua que entraba en la nave. Cuando entraban en combate, si la nave se hundía toda la chusma se iba al fondo encadenados a la misma. Si los abordaban, podían sufrir todo tipo de heridas o arder vivos si la galera era incendiada. La disciplina era simplemente férrea. El cómitre no dudaba el moler a palos al personal por la más mínima falta, y los conatos de rebelión eran solucionados arrojándolos al mar o colgándolos de una verga. Si blasfemaba o juraba por Dios, por la Cruz, los santos o la Virgen, le endilgaban un año más de condena, y si repetía, pues otro año más y santas pascuas. Los sodomitas, "tanto el paciente como el haciente", eran quemados vivos en cuanto se tocara tierra en presencia de toda la Armada. Por último, mencionar que la alimentación era muy deficiente, ya que solo se repartía carne y vino tres veces al año. El resto de los días se comía bizcocho o galleta, habas cocidas, garbanzos y arroz. De hecho, el índice de mortalidad ascendía a un 13% anual sin contar las bajas en combate pero, a pesar de ello, muchos galeotes, al acabar su condena y volver a la vida normal, no lograban integrarse a su condición de hombre libre, por lo que acababan enrolándose de buenas boyas porque, tras ocho o diez años dándole al remo y con las palmas de las manos duras como una suela, no sabían hacer otra cosa.

Y como colofón, comentar el patético destino que aguardaba a los galeotes en caso de ser apresados por una galera otomana o berberisca. Los musulmanes o esclavos de esa raza estaban de enhorabuena, pero los galeotes cristianos pasaban a formar parte de la chusma del enemigo o eran esclavizados. Y ahí ya no había posibilidad de esperar el fin de la condena porque, ¿quién daría medio maravedí de rescate por sus asquerosas vidas? Lo tenían crudo, juro a Cristo.

En fin, ya seguiremos.

Hale, he dicho



Vista superior de la proa de una galera. Se aprecia perfectamente la crujía que corre por el centro de la nave, así como los bancos de los remeros dispuestos como si fueran la espina de un pez.

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