domingo, 21 de mayo de 2017

Cuchillos de trinchera. Las dagas de puño Robbins


La imagen superior nos permitirá hacernos una idea de lo que era un cuerpo a cuerpo en la estrechez de una trinchera,
donde los hombres se amontonaban unos encima de otros asesinándose sañudamente con lo que tuvieran más a mano


Clavo francés. Para encontrar algo más simple solo nos
quedaría una estaca mata-vampiros
Como ya sabemos, la Gran Guerra o, mejor dicho, la guerra de trincheras, obligó a rescatar del olvido a multitud de armas procedentes de la Edad Media para solventar los violentos cambios de impresiones que tenían lugar durante los feroces cuerpo a cuerpo que los ejércitos en liza se veían obligados a llevar a cabo para convencer a los enemigos de que lo más sensato era abandonar sus posiciones. Ya en su día se dedicaron una serie de entradas que detallaban las diversas armas "resucitadas", entre ellas la cuchillería de circunstancias con que, ante la falta de modelos específicos, la soldadesca tuvo que aviarse para disponer de armas blancas adecuadas. Estas iban desde bayonetas debidamente modificadas a cuchillos de caza o a simples hierros con punta y doblados para obtener una rudimentaria empuñadura como el famoso clou (clavo) con que los poilus apiolaban a los tedescos de forma bastante eficiente a pesar del aspecto tan básico de estas armas.

Kit de trinchera de la Commonwealth: revólver Webley,
granada Mills, estilete modelo" Mi Cuñado me Ama",
maza y cuchillo derivado de una bayoneta Ross
Sin embargo, y a pesar de que la más que evidente necesidad de armas de este tipo, los estados mayores de los ejércitos en liza no se preocuparon en principio por desarrollar modelos reglamentarios para suministrar a las tropas. Colijo que como vieron que ellos mismos se buscaban la vida optaron por pasar del tema y dejar al personal que siguiera desarrollando su creatividad, o sea, que les dio una higa la cuestión. De ahí que hubiera firmas que, sabedoras de que las guerras son una magnífica oportunidad para ganar dinero en cantidad y en poco tiempo, decidieran llevar a cabo diseños que se adaptaban a la perfección a la cruenta guerra de trincheras para que las tropas pudieran al menos adquirirlos por su cuenta. En la entrada de hoy hablaremos de la que tuvo la primicia en este tipo de negocios, la Robbins of Dudley Co. Ltd., empresa radicada en Dudley, Worcestershire, una población que protagonizó en primera persona la Revolución Industrial ya que acogió en ella gran número de empresas de todo tipo, especialmente las dedicadas a la minería del carbón, el cuero y, sobre todo, la metalurgia.

Esta firma surgió en abril de 1875 de la mano de William Moutrie Robbins dedicándose inicialmente a la manufactura de tinas de baño de hierro colado y herramientas. Más tarde fueron diversificando la producción con accesorios para chimeneas como chisperos, morillos y cosas así y, finalmente, hacia 1910 se centraron en la producción de forja artística, rejas y tal. La llegada del conflicto fue vista, como es habitual, como una oportunidad de negocio, y al tener noticia de los tremebundos combates cuerpo a cuerpo que tenían lugar en el Frente Occidental, así como la carencia de armas blancas desarrolladas para ello, tuvieron la genial idea de llevar a cabo una serie de diseños que, ofrecidos a título particular a las tropas, convirtieron a la Robbins en los pioneros de la fabricación de cuchillos de trinchera. 

Inicialmente se decantaron por un diseño un tanto convencional que podemos ver a la derecha si bien los materiales y las técnicas de fabricación eran bastante novedosas para lo que se estilaba en aquella época. Se trataba de una daga provista de una hoja curva de 152 mm. de largo vaciada a tres mesas y con recazo. Pero lo más peculiar era su empuñadura anatómica fabricada con una aleación a base de aluminio para hacerla más liviana que, además, estaba provista de un protector de acero para la mano. Las tres piezas estaban unidas con una solidez incomparable ya que tanto la hoja como el protector eran introducidos en el molde de donde se obtenía la empuñadura, por lo que se puede decir que la daga salía de una sola pieza. En la figura inferior tenemos una variante con una hoja en forma de S vaciada a dos mesas de una longitud similar a la anterior. El largo total de estas armas era de 247 mm., y se servían con una vaina de cuero diseñada especialmente para ellas que podemos ver a la derecha de la ilustración. La presilla de bloqueo abrazaba el protector, lo que permitía portar el arma en el cinturón en una posición elevada.

Cabe suponer que estos dos diseños no debieron resultar especialmente satisfactorios ya que la forma de la empuñadura impedía o, al menos, complicaba efectuar un agarre a modo de picahielos, así que desarrollaron el modelo que vemos a la izquierda, denominado como "de tres dedos" en alusión a que el protector solo cubría, como bien dice el nombre, tres dedos, quedando uno, el índice o el meñique en función del tipo de agarre, fuera del arco de acero. Pero lo más significativo era su hoja, en este caso de doble filo y con dos finas acanaladuras en vértice. Esta hoja, que emplearon en otros de sus diseños, tenía una longitud de 152 mm. y, en realidad, estaba ideada para herir de punta ya que no estaban afiladas. Otra cosa es que, naturalmente, sus propietarios del frente las pasaran por la piedra de amolar para rebanar pescuezos germanos con prontitud y eficacia. En cuando a su sistema de fabricación era el mismo que en el caso anterior: la empuñadura, obtenida de una aleación de aluminio, era fundida junto a la hoja y al protector, logrando una sólida y robusta pieza. En cuanto a la vaina, también aprovecharon el modelo visto más arriba tal como podemos ver en la foto. 

Pero el diseño más original de Robbins fue la Punch Dagger, que podríamos traducir como daga de puño por su peculiar morfología. Como vemos, este ejemplar contenía las mismas piezas que el modelo anterior, pero cambiadas de sitio como si el operario se hubiese liado y no la hubiera colocado en el orden debido. El sistema de elaboración seguía siendo el mismo, a base de una empuñadura de aleación fundida con los demás componentes, así como la hoja y la vaina empleadas en el modelo anterior si bien la primera era un poco más corta, de solo 117 mm. Pero en lo que la Punch Dagger se diferenciaba de cualquier otro cuchillo de combate al uso era en la peculiar forma de agarre, que permitía al que la manejaba efectuar un movimiento tan natural e instintivo como pegar un puñetazo. Su extracción era también extremada cómoda ya que, al estar el arma pegada longitudinalmente al costado derecho, la mano solo tenía que descender y coger la empuñadura sin necesidad de buscar una postura determinada para ello. Era, por hacer una comparación, como empuñar una pistola. Y de la misma forma que se extraía se lanzaba un golpe al pecho, el abdomen o el cuello del enemigo, que saldría bastante mal parado si no andaba listo y detenía o desviaba la puñalada asesina.

La foto de la izquierda nos permite apreciar con detalle el cuidado diseño de la empuñadura y la inserción de la hoja en la misma. En este caso, el protector no valía para golpear al enemigo en la jeta, quedando relegado simplemente a cubrir los tres dedos que abarcaba así como asegurar el arma en caso de aflojar por un instante la presión sobre la empuñadura. Se produjeron infinidad de copias de esta daga, que sobrevivió incluso a su fabricante original ya que la Robbins cerró sus puertas en 1928. Sin embargo, la Punch Dagger estuvo operativa hasta 1945, conviviendo con armas tan señaladas como el Fairbairn-Sykes al que ya dedicamos una entrada en su día. Las copias de esta daga se fabricaron con empuñaduras de bronce e incluso de hierro colado con hojas que iban desde los 108  a los 127 mm. de largo. La longitud total incluyendo la empuñadura en el modelo original era de 155 mm., y como curiosidad comentar que se conservan ejemplares modificados por sus dueños con la adición de un protector para el dedo índice o con una bala de fusil incrustada en la base de la empuñadura para golpear a los enemigos con saña bíblica. Un golpe de arriba abajo en mitad de la frente, en la sien o entre los ojos con algo así era, además de muy irritante, capaz de aturdir a la víctima el tiempo necesario para escabecharlo bonitamente en menos que canta un gallo. Por cierto que aunque actualmente veamos estas armas con una hoja pulida y brillante, en su momento eran sometidas a un proceso de oscurecimiento para impedir reflejos que pudieran delatar al que la manejaba, especialmente cuando se movían de noche camino a dar un golpe de mano a una trinchera enemiga.

Comparación de una barrena con una réplica de un
modelo datado hacia 1800
Pero la creatividad de la Robbins no se quedó en lo mostrado hasta ahora. Además de los modelos que hemos visto desarrolló unos cuchillos de puño que antecedieron en el tiempo a los actuales cuchillos tácticos que tanto gustan a los amantes del peliculeo. Hablamos de los gimlet knife, los cuchillos de barrena por su similitud con estas herramientas tal como vemos en la foto de la derecha. En realidad, Robbins no inventó nada nuevo sino que más bien rescató del olvido a un tipo de cuchillo que, aunque muchos lo desconozcan, ya estaba en uso a finales del siglo XVIII. Estos cuchillitos, que da grima solo mirarlos, eran compañeros inseparables de los aficionados a frecuentar garitos, putiferios, timbas y demás locales de ambiente chungo en los que su selecta parroquia comenzaba una bronca a base de puñaladas por cualquier nimiedad, y al parecer tuvieron su lugar de nacimiento en la ciudad de Nueva Orleans, que en aquella época era un hervidero de gente venida de todas partes a hacer sus trapicheos. Eran especialmente eficaces por su hoja de doble filo afilada como una navaja barbera y, sobre todo, por su facilidad para ocultarlos en cualquier sitio, desde la manga de la casaca o bajo el cuello de la misma. Sus hojas, de escasos centímetros de longitud, bastaban y sobraban para seccionar una carótida o para hundirlas en el plexo solar del adversario y, ante todo, permitían, como hemos visto en la Punch Dagger, golpear con movimientos naturales, sin necesidad de ser un experto esgrimista ya que a tan cortas distancias creo que influía más la decisión y la rapidez que otra cosa.

A la izquierda tenemos el diseño en cuestión junto a su funda. Se trata de una daga de puño de 177 mm. de largo provista de una hoja de doble filo vaciada a tres mesas de 91 mm.  la cual era embutida en la empuñadura siguiendo el sistema tradicional de la firma. En este caso, dicha empuñadura es muy semejante a una llave de pugilato si bien no solo está destinada a golpear, sino a permitir un excelente agarre y una buena protección contra los dedos. Si alguien se pregunta a santo de qué tanta obsesión con proteger los dedos del personal, piensen que los enemigos no siempre estaban en babia, y que una de las formas de neutralizar a alguien armado con un cuchillo era precisamente dirigir un tajo a la mano para cortarle los tendones y obligarle a soltar el arma. Un dedo puede ser separado de la mano con una facilidad pasmosa, y si no vean lo que ocurre cuando una corta un jamón sin envolvérselos con un trapo.

Otro tipo de daga de puño lo tenemos a la derecha. En este caso, la empuñadura consta de un anillo para el dedo corazón y dos apoyos para los dedos índice y anular. Este tipo era conocido como "de cabeza de carnero" por su similitud con la cornamenta de estos animalitos. Este chisme, con un peso de solo 99 gramos y una longitud total de apenas 161 mm., en realidad podríamos decir que es un estilete provisto de una aguzadísima hoja destinada a penetrar entre las cervicales o el foramen magnum de un enemigo. Su empuñadura no permitiría asestar golpes definitivos ya que el agarre era muy poco consistente, así que deduzco que estaba destinada a actuar como arma de asesinato antes que como un robusto cuchillo de trinchera capaz de arrostrar de forma satisfactoria la vorágine de un cuerpo a cuerpo. Por ello, más bien parece ideada para finiquitar enemigos por sorpresa, con nocturnidad y alevosía infinitas ya que, además, la mínima anchura de su hoja no debía producir heridas fulminantes como no fuera interesando la médula espinal o el cerebro. No obstante, su inquietante aspecto igual valía para poner en fuga a los enemigos con solo enseñarlo, vete a saber...

Por último tenemos el típico cuchillo combinado con una llave de pugilato, concepto este que los yankees adoptarían al entrar en guerra y de cuyos diseños hablaremos extensamente en una próxima entrada. Los knuckle-duster knives o cuchillos de manopla, que era como los sobrinos del tío Sam denominaban a esta tipología, eran en realidad el arma más indicada para zambullirse en una fastuosa escabechina trincheril. Su robusta hoja de doble filo unida a la empuñadura mediante fundición permitía efectuar un agarre tanto como picahielos como normal, y además de asestar cuchilladas daba la opción de producir severas fracturas en las jetas enemigas. Un puñetazo con ese chisme en plena napia no solo duele una bestialidad, sino que ciega temporalmente a la víctima permitiendo así apuñalar a continuación a su sabor. Por lo demás, estas dagas se suministraban con la empuñadura pulida o pintada de negro como la que vemos en la foto. Su hoja medía 152 mm., y la longitud total del arma era de 28 cm. En cuanto a la vaina, era al parecer lo único inmutable porque casi siempre usaban la misma.

Una Punch Dagger provista de otro tipo de vaina, en este
caso muy similar a la funda de una pistola, muy idónea
para preservar el arma de la intemperie y la porquería
de las trincheras
En fin, ya vemos como la Robbins no se durmió en los laureles y se hizo con un mercado que demandaba armas de este tipo en cantidades masivas. Con todo, como es lógico, muchos soldados, bien por falta de medios económicos, bien por estar satisfechos con el rendimiento de sus cuchillos customizados, siguieron empleando sus armas. Pero lo que es innegable es que esta firma se llevó la primicia en la manufactura de cuchillos de trinchera del ejército británico durante la práctica totalidad del conflicto y, según hemos comentado, la vida operativa de algunos de sus diseños de alargó hasta después de la Segunda Guerra Mundial, lo que es un claro testimonio de la validez y la eficacia de los mismos. Ah, antes de concluir, una advertencia a los amantes de llevar encima cositas raras para enseñarlas a los colegas: cualquier objeto que tenga el más mínimo parecido con las dagas que hemos mostrado está más prohibido que la visita de un cuñado en una tarde de domingo, así que mucho ojo porque si la benemérita los pesca con uno de ellos le meterá un paquete monumental con petición de cárcel incluida por tenencia ilícita de armas, así que sirva de aviso.

Hora de merendar. Me piro.

Hale, he dicho.


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